domingo, 11 de marzo de 2012

El último pionero
Hoy tiene 24 años. Vive escondido en alguna provincia del interior del país. Intenta reinventarse en una sociedad que no le otorga oportunidad. “Pepe”, como denominaremos al ex combatiente de las huestes del camarada "José". Fue secuestrado a los 10 años por una columna terrorista en circunstancias que jugaba en la puerta de su hogar en el poblado de Palo Dulce en el VRAE. No sabia lo que pasaba, pero debía seguir una columna armada que, necesitaban nuevos pioneros (niños) para el partido.

Al llegar al campamento, le cortaron el pelo y empezó asistir a las clases populares de adoctrinamiento. De ser un niño tímido, al poco tiempo pasó a coger una escopeta calibre 12. Tenía el poder en sus manos, pero nunca entendió cómo lo iba a beneficiar. Sabía que debía sobrevivir de alguna forma y la mejor forma, era callando. Su único anhelo seria recobrar su libertad. Pasaban los días, luego las semanas y los meses. No recordaba la fecha de su cumpleaños, pues en el campamento no lo celebran. Había varios niños como él, desconcertados de haber sido arrancados de su hogar para servir como esclavos de los senderistas, para cosechar las hojas de coca.
De pronto, la camarada "Olga" y "Gabriel" le prestaron atención a “Pepe” por su habilidad para desplazarse por la espesa selva y la resolución de problemas matemáticos de forma mental. Empezó acompañarlos en sus largas travesías. Lo usaban como vigía contra las fuerzas del orden. El lugar más frecuente que iba seria Huachocolpa, donde esperaban a los "cargachos" (traficantes) que trasladaban bidones con químicos hasta esta zona y luego continuaban la travesía arrastrando la pesaba carga por el río para evitar los controles policiales. “Pepe” sacaba la cuenta las cuentas y miraba como le pagaban los cargachos a "Olga" entre tres o cuatro mil dólares como cupo de guerra, por una tonelada de diversos químicos utilizados para la elaboración de la cocaína. Esta tarea de cobrar cupos, se repetía a menudo en diferentes zonas del VRAE. Todo ingreso de insumos debía pagar el cupo de guerra, sino firmaba su sentencia de muerte.
"Gabriel" les reiteraba a sus seguidores que con el cobro de cupos podían continuar con sus acciones armadas y tener controlada a las fuerzas del orden en la zona. Este era parte de su discurso. No les proporcionaban otro material educativo que no fuese los que ellos elaboraban. No tenían acceso de la televisión. La mejor parte de la recreación, era jugar fulbito, sin usar zapatos. La comida, en las mejores ocasiones eran pollo frito y lo usual, latas de sardinas con limonada, para calmar la sed.
“Pepe” había demostrado que podía afrontar situaciones de estrés y habilidad para desplazarse en el monte. Un día, “Alipio” lo llamo y le ordenó que lo siga. Era una patrulla de nueve combatientes, con armas de largo alcance dotadas de gran cantidad de municiones. A la altura de Puente Catute, se acantonaron en las alturas. Esperaron un día y no paso nada. Nada le decían. Solo había que esperar. A la mañana siguiente, se escuchó que se acercaba un automóvil. Se podía divisar tres camionetas policiales. La orden era sacar al detenido. Pasó la primera y en circunstancias que lo hacía la segunda, procedieron abrir fuego a mansalva. Era una lluvia interminable de balas. Del susto, “Pepe” disparó. No sabía porque lo que hacía, sólo disparaba. El estruendo de las balas opacó los gritos desesperados de los policías. Fueron tres minutos aproximadamente que parecieron horas. Luego todo se volvió silencio. “Alipio” le ordenó a “Pepe” bajar a verificar si habían sobrevivientes, indicándole que, si veía alguna persona de civil lo dejara ir. Bajo muy sigiloso y atento a cualquier movimiento. Había sangre por todos lados. De pronto se abrió la puerta trasera del segundo vehículo. Salió un hombre alto, volteo, lo miro asustado y sin mellar palabra alguna, echo a correr hacia el acantilado. Luego, se acercó y pudo ver otro hombre de contextura gruesa, piel trigueña y tenía unos grilletes en las manos que le dijo: acércate, libérame, no puedo salir, este policía muerto me tiene atrapado con su cuerpo. Se acercó, movió el asiento delantero y pudo liberarlo. Salió y le agradeció. Entonces bajaron el resto de terroristas. Tomaron las armas, quitaron las botas y correajes de los policías asesinados. Luego empezaron a disparar los cuerpos sin vida. En ese momento, el pionero convertido en combatiente, reflejaba miedo en su rostro. Se acercó “Lucho” un veterano terrorista que lo cogió del hombro y le entregó un fusil; “te lo has ganado, este ahora será tu nueva arma”. Sin mellar otras palabras, se alejaron. Aquella noche, el muchacho no pudo dormir, se desveló pensando cuál sería su suerte si permanecía con el grupo armado.
A la semana siguiente, llegaron unos dos desconocidos en un automóvil station wagon color blando. Era altos, tez trigueña y de contextura atlética, tenían porte militar. Se acercó “José” y luego llamó al pionero. “Pepe” en la parte posterior hay cajas con balas de diversos calibres, cuéntalos, sepáralos y sacamos las cuentas. Abrió las cajas y se percató que era muchas municiones, cuya cuenta era interminable. No recuerda con exactitud la cifra, pero se pagó tres dólares por munición de Galil, cuatro por Fal y dos por pistola de 9 milímetros. Los mercaderes de la muerte cobraban 20 dólares por granada de 20 ml y el AKM costaba cuatro mil. El pago fue en efectivo, sin regatear un solo dólar o munición entre ambas partes. La transacción no duro más de 20 minutos y los foráneos se fueron contentos con miles de dólares.
En realidad el discurso de los líderes terroristas seria simple retórica en el oído de niños que siguen las órdenes por temor, de jóvenes sin trabajo que alcanzaban a conocer el negocio de rutas y traqueteros (acopiadores de droga), con el único anhelo de convertirse en sicarios a sueldo del narcotráfico. Obtener el poder del control por la fuerza con abundante dinero, es la expectativa de vida de los jóvenes en el VRAE; sino ser capturado por las fuerzas del orden o terminar con una bala que lleva su nombre, con una moneda en la lengua, al querer retirarse del negocio.
Pasaron varios episodios parecidos. Iban y venían diversos personajes a pagar o comprar el estupefaciente. Sin embargo, un hecho llamó la atención del pionero seria el trato preferente que le daban “José”, “Gabriel” y “Alipio” a “Cucho”. Un personaje desconocido. De contextura gruesa, tez trigueña, cuya habilidad de lidiar negocios con los tres líderes era impresionante. Nadie les hablaba a los líderes como él lo hacía. Le otorgaban el mejor lecho y la comida era siempre preparada en el instante, con carne recién traída. En cada visita, trasladaban una prostituta bien dotada para satisfacer sus bajos instintos sexuales. Qué papel cumpliría ese misterioso personaje en el partido, nunca nadie lo supo. Sólo que daba cuenta de negocios y revisaba los libros de “Olga” con acuciosidad.
Los pagos por cupos de guerra para los narcotraficantes oscilaban entre 15 a 20 mil dólares para dejarlos trabajar y cuidar las zonas aledañas. Cobraban entre 4 y 5 dólares por kilo de droga que permiten sacar de la zona. Acompañaban a los traqueteros hasta las fronteras del valle, dónde esperaban camionetas que desaparecen rápidamente.
Habían pasado varios años que “Pepe” había sido raptado de su hogar. El anhelo de recobrar su libertad siempre estuvo presente cada día. “Olga” y “Gabriel” le habían ganado confianza. Lo enviaban a pequeñas diligencias. Hasta que una mañana, tomo su fusil Galil que le daba cierto estatus sobre los demás combatientes, se dirigió hasta el distrito de Santa Rosa, envolvió el fusil y lo introdujo en su mochila. Decidido a todo lo malo o bueno que le podía pasar. Tomó el colectivo que lo condujo a Palmapampa. En el trayecto, acompañado de otros pasajeros, le venían recuerdos de lo vivido durante años y lo entristecía de no poder recordar un momento feliz. Llegó a la plaza de armas. Caminó dos cuadras y pudo divisar la pista de aterrizaje y la base policial. Los sentimientos encontrados se desvanecieron y las piernas temblorosas recobraron fuerza. Tomo valor y caminó hasta la puerta. Le dijo al guardia de seguridad que se iba a entregar, pertenezco al partido y estoy desertando, le dijo. Le entregó el arma que logró robar y ayudó proporcionando información a cambio de seguridad.
“Pepe” desde que entró a la base policial se sintió desconcertado. Algunos policías lo miraban con desprecio y otros con indiferencia, pero sentía que su anhelo de libertad había llegado. A las pocas horas, llegó un helicóptero que lo recogió y empezó la marcha hacia otro lugar. Por la ventanilla podía divisar todo el valle en el cual vivió los peores momentos de su vida, dónde vive su familia y dónde nunca espera regresar.